- Bruno Andre Herrera Criollo
Misión Parir II
(Continúa de Misión Parir I)

Redactor: Bruno Herrera
Editor: Esteban Chabaneix
“Capa sobre capa”
Le pareció curioso el patrón que seguía la pintura de la pared al descascararse. Donde las luces de los faros exponían la humedad en detalle parecían formarse figuras más interesantes que las que su padre trataba de ilustrar con relatos sobre su futuro. Uno de esos fragmentos le recordó a un personaje que habría preferido olvidar. Ese alto hombre obeso, ligeramente repugnante, que daba las órdenes en la agencia de casting durante sus tiempos de perfecta desconocida. Recordó su carcajada pluvial y su dentadura amarillenta, sus bromas en doble sentido y la clase de propuestas que le hacía cuando a solas. Trató de recordar algo más acerca de esa etapa, pero cuando no pudo, se sintió satisfecha.
Otro pedazo de pintura, a punto de desprenderse, tenía la forma larga de una mujer. Pensó en su primera agente, una señora algo histriónica que apareció en los días en los que ya era alguien. Pensó en las oportunidades de último momento y las sorpresivas veces en que los contratos se sellaban sin su firma. No tardó mucho en acostumbrarse, ella la instruyó bien. “Tienes que ponerte las pilas, mamita”, le decía. Y ponerse las pilas a veces implicaba besar a este o aquel para beneplácito de los fans. Por tal razón, se trabajaba hasta en las fiestas, porque los paparazis también tenían que ganarse el pan y muchas veces, dentro de un box discotequero atiborrado de extraños, no faltaban las reflexiones acerca de las cosas que se podrían hacer mientras tanto. Con el tiempo, iría dejando de lado sus inoportunas cavilaciones y entendería la dinámica perversa del juego, con ayuda del alcohol, dicho sea de paso.
En el borde superior del muro había tres verdosas rayas verticales, cortesía de las sesiones excretoras de las palomas de la capital. Las asoció a esas tres cercanas colegas que alguna vez consideró amigas. Recordaba los consejos que le daban cuando ya la creían capaz de cerrar acuerdos sin intermediarios. Por supuesto, buenas recomendaciones desde el punto de vista económico, pero no tan coloridas cuando tocaba cumplir los acuerdos sin chistar. Se arrepentía de haber creído que la ayudarían a renegociar alguna firma para salvarse de alguna crisis fabricada. “Pero si las relaciones las define la cláusula”, murmullaban, “tú misma la firmaste”. Y en la cláusula estaba él.
Con su aspecto caucásico y sus modales hiperactivos, escuchaba atentamente las especificaciones del acuerdo. Sería una farsa muy rentable que catapultaría sus carreras y los volvería uno de los ejes de la narrativa del programa. A ella le interesaban las posibilidades, mientras que él negociaba su cuota. Muchas veces se preguntó si las cosas pudieron haber sido diferentes entre los dos. ¿No hubiera sido posible encontrar a un amigo en su compañero de trabajo? Cuando él le presentó a su hijo pudo comprenderlo un poco: los mortificaban reflexiones similares. De todas formas, él no tuvo que esforzarse mucho para dejar en claro que no eran iguales.
Ella en el asiento del copiloto, él al volante de una camioneta asediada por camarógrafos y ambos preguntándose qué podrían hacer alternativamente. Prisioneros de la fama y la ineptitud, esperaban, cada quince días, la motivación para seguir adelante. A él le costaba más sostener el acto y ella siempre tenía que hacerse cargo del control de daños. Al fin y al cabo, al público siempre se la presentaba como la víctima, la sentimental, la bruta y la incondicional. Ella le rogaba componerse y le recordaba los cinco dígitos del depósito quincenal, pero era un ejercicio irritante que siempre se veía obligada a repetir.
Unidos por la división, intentaron deshacer el contrato, pese a que ya era demasiado tarde para un cambio repentino. Producción los quería juntos, los necesitaba juntos y aunque podía darles la dispensa de una separación, tenían que regresar. “Papelito manda”, argüían cínicamente, “ya se acostumbrarán”. Ah, la costumbre, ¡esa era la clave!
Desde el inicio de su ascenso a la fama se había acostumbrado a tantas cosas que le agotaba la sola idea de tener que acostumbrarse a algo más. Se había acostumbrado a maquillar los moretones, a llorar cuando indiferente y a reír cuando deprimida. Había aprendido a dedicarle menos tiempo a las personas que antes consideraba importantes para darle espacio a los personajes predilectos del canal. Para alcanzar cierto equilibrio financiero y las ventajas sustitutivas de la exoestima, se habituó al hecho de que su vida le pertenecía más al público que a ella misma. Su historia era ahora un producto para el entretenimiento de las masas, en especial de aquellas que solo podrían experimentar sus vivencias a través de la teleinserción. De tal modo, se había vuelto el avatar emocional de miles de personas que buscaban distraerse de realidades muchísimo menos privilegiadas que la suya, pero al haber interpretado durante tanto tiempo una ficción que interrumpía intermitentemente su autenticidad, había olvidado gran parte de su propósito inicial.
Lo que sí recordaba con nitidez era que la primera vez que pisó un set se prometió alcanzar una cima liberadora donde, más que posicionarse en lo alto de una jerarquía, se hallaría en la condición de no rendirle cuentas a nadie. Muchas veces, cuando la presión mediática la empujaba cada vez más a la neurastenia, se recordaba a sí misma que todo el sacrificio, llegado el día, habría valido la pena. Pero al igual que la decadente muralla ante sus ojos, alguna vez pintada en función a los intereses estéticos de los dueños del local, Ángela tendría que tolerar el uniforme paso de una nueva mano de esmalte. Otra capa adecuadamente pareja a vista de terceros, pero que la separaba, tal como las anteriores, de la espontaneidad. En esta ocasión, la brocha la portaba su padre, pero no solo él...
"No puedes preguntarte cuándo quieres tener hijos si no te has decidido a tenerlos en primer lugar. Entonces, te pregunto… ¿Estás segura de que quieres ser madre?"
“Maleficio de la duda”
Aprovechó la visita regular a su ginecóloga, días más tarde, para el tan urgente acto de catarsis. Desde la camilla y con la mirada en el techo, Ángela narraba el amargo intercambio con su progenitor, muy concentrada como para percatarse de la mirada perezosa de la doctora, quien colocándose los guantes se reservaba recordarle la naturaleza del consultorio. Aunque eran amigas, definitivamente hubiera preferido tener esa conversación en un café. Ángela, por su parte, se había desquitado de la mayor parte del conflicto, pero quedaba intacta la espina más aguda: la duda de si su padre tenía razón.
- Tu papá es especialista en convencer a la gente. Si no, ¿cómo crees que convenció a tu mami?
- Pero no dudo por él -mintió- Hay días en que yo también me pongo a pensar si me conviene más ahora que después y en general cuándo. Yo ya le he dicho a él y a los que siempre me sacan el tema, pero fácil no la captan porque ni yo misma debo sonar convencida.
- A ver. Para empezar, abre las piernas -luego de un suspiro, se preparó para sondear a su paciente- No puedes preguntarte cuándo quieres tener hijos si no te has decidido a tenerlos en primer lugar. Entonces, te pregunto… ¿Estás segura de que quieres ser madre?
- Sí…pero ahora no.
- Excelente -detuvo su exploración- Eso es un no. Por ahora. Tienes 30, no es como si fueras a morirte mañana o tuvieras que vivir la vida de alguien más.
- Pero si quisiera…
- Si quisieras, nada te lo impide -con calma, se quitó los guantes- Eres joven, estás sana, tu pelvis no sería obstáculo y ya que vas más al estilista que al endocrinólogo, no creo que haya problema -los arrojó al tacho- Pero solo si quisieras.
- El problema es que después…
- A menos que decidas salir embarazada a los setenta, no deberías atormentarte pensando que vas a quedarte estéril o que vas a parir un monstruo -se apoyó en su escritorio- Mírame nada más a mí, mi mamá me tuvo a los 39. Fui primera de mi promoción de medicina, estudié una maestría en el Imperial y terminé un doctorado en el Hopkins. Abandoné un brillante futuro en la academia para atender a celebridades hipocondríacas y ahora le pago 70 dólares por hora al terapista que me ayuda con lo del cigarro. Quizá eso sí es monstruoso, pero ya entiendes mi punto.
- Lo que pasa es que siempre escucho que es hasta los 40, a veces antes…
- Si estás buscando que te de una cuenta regresiva, no te la voy a dar. Te conozco y por eso no quiero ser parte del juego de tu familia -Ángela la miró- Ese rollo se lo puedes llevar al obstetra.
- Digamos treintaicinco -interrumpió la paciente-.
- ¡Perfecto! -exclamó aliviada- Me avisas, te evalúo y todos felices. Con los controles y algo de disciplina verás que será pan comido. Lo único que te pido, por lo que más quieras, es que no te embaraces en marzo.
“Controles”. La palabra resonaba como la campana de una catedral. “Disciplina”. ¿No había sido suficiente el régimen de los últimos años? ¿Eran indispensables para el “pan comido”? Estaba particularmente cansada de las exigencias de la gente. Tanto que le parecía una jugada pragmática tratar de despacharla rápidamente, tal como lo hizo su ginecóloga. Había pensado llamarla en la noche para pedirle disculpas por el fastidio, pero como la conocía sabía que la habría perdonado en el instante en que salió del consultorio. En cambio, llamó a su padre, quien le contestó efusivo. Se habían reconciliado apenas el día anterior.
- Bien, papá. He estado pensando sobre lo que hablamos...
(Fin de la segunda parte)