- Bruno Herrera Criollo
Misión Parir III
(Continúa de Misión Parir II)

Redactor: Bruno Herrera
Editor: Área de Edición
Publicado por: Christian Carranza
La danza del caracol
El sonido del televisor parecía más distante que el rompimiento sereno de las mansas olas que bañaban la orilla de La Isla de Pucusana. El sexo había sido bueno, pero la intimidad que le siguió fue todavía mejor. Después de algunos jueguitos aletargados y confesiones que se confundían con el arrullo nocturno del mar, la señal de Animal Planet terminó cautivándolos. Zeta apuntaba a la pantalla cada vez que veía alguna criatura abisal. “¿Qué haces ahí?”, preguntaba sorprendido. “Cállate”, Ángela lo miraba. “Idiota”, ella lo quería. De pronto, el apareamiento de los caracoles les resultó interesantísimo y compartieron el silencio en desnudez. “Cuando dos caracoles deciden aparearse, cualquiera de los dos puede ser la madre, pero ninguno deseará serlo”. Ni la paciencia de la narración ni la armonía de las imágenes que acompañaba pudieron evitar traer malos recuerdos.
- No voy a tener hijos, papá.
- ¿Qué cosa?
-Lo he pensado y es lo que quiero para mí y espero que lo respetes.
Al otro lado, hubo silencio, pero no la calma de aquella bahía. Era el escarbado de una bestia que se alistaba para embestir. ¿Lo había pensado realmente? Por años ya. Se prometió no sucumbir ante nuevas dudas, pese a que la potencia de lo que se avecinaba la doblara sin que pudiese hacer mucho al respecto.
- Mira Ángela, por qué no mejor te duermes y mañana se te pasa la borrachera, ¿ya?
- No he tomado, pa.
- No, no, no. Es que ahorita estás mal…- se agitó -O sea me llamas, a esta hora que me iba a acostar tranquilo, y me sales con tus huevadas. ¡No jodas pues! “Que no quiero tener hijos, que mi trabajo”. Tantas mujeres hechas, exitosas, con familia… y tú vienes acá con que no es para mí. ¡Ya madura ya! Mira cuántos años tienes para que estés en ese plan. Yo no sé quién te estará metiendo esas ideas en la cabeza. Seguro la fumona esa, ¡a ver si te le unes pues! Malagradecida- calló, pero solo para recuperar el aliento -Anda duerme y no me vuelvas a salir con cojudeces, porque te desconozco, ah. Jodes, carajo.
Cuando le cortó, estaba hirviendo en tanta cólera y frustración que quiso tirar el teléfono por la ventana con todas sus fuerzas a ver si el iracundo lanzamiento lo hacía llegar hasta la cabeza de don Lalo. Decepcionada y confundida, solo atinó a sentarse en el piso y llorar con la cabeza entre las rodillas. ¿Tan difícil era respetar su decisión? ¿Acaso no era capaz de darse cuenta de que su cuerpo era tan solo la manifestación sensible de su individualidad? Más que ayudarla a desfogarse, los lamentos pronto la irritaron de sí misma y antes de convertir su dolor en violencia, tomó su celular y marcó al primer contacto de su lista.
“¿Amor?”.
Todavía no podía creer que un fin de semana pudo ayudarla a despejar esa tristeza que, en el fondo, seguía latente, pero que perdía gran parte de su sentido junto a Zeta. Cuando él contestó, le dijo que estaba en el estudio, pero al escuchar sus sollozos, le prometió que llegaría en quince minutos. Una vez juntos desplegó todo su carisma para animarla, pero solo logró extraerle sonrisas fingidas y lloronas. Le preocupaba más la razón. “Pero dime, ¿qué pasó?”. Ángela se negó a contestar en todo momento y luego él asumió que necesitaban “aire fresco”. Esa mañana, le explicó el concepto mientras flotaban encima de un bote a la deriva en la caleta.
Zeta
- Quizá ya te lo he contado, pero cuando era chibolo viví un tiempo por allá, a la espalda del boquerón, con mi mamá y mis dos hermanos. Cuando salía del colegio me iba un rato al parque, de ahí me venía un toque al terminal, que no estaba como ahora, y desde ahí miraba esta isla y sus casas- lo hacía ahora también -En esa época había menos, pero ya estaban las más bonitas.
>> Otras tardes, me quedaba mirándolas desde Naplo y pensaba que cuando ya se moría el sol, no les iba a chocar tanto la luz del atardecer. En la noche, los que vivían justo para este lado iban a dormir tranquilos porque la ola ya llegaba rota… Así que todos esos años estuve mirando la isla. De lejos. Y mis patas me decían para venir. Uno hasta se choreó una tabla que encontró por ahí hasta que lo fueron a buscar al colegio. Pero yo nunca fui. Creía que si llegaba acá tenía que hacerlo como mister Ezequiel, con casa ahí, empleadas y todo. Ese había sido mi sueño.
>> Al final me mudé, me olvidé un tiempo de la isla, hice plata y una vez… Me acuerdo, la semana siguiente a mi primer contrato serio, me vine de visita. Di una vuelta por mi cole, lo que había sido mi casa, que ahora es una picantería, y cuando pasé por el terminal vi la isla como ahora y le dije a un botero que ya estaba amarrando que me traiga. Yo sabía que con la plata que había asegurado me alcanzaba para comprar un par de metros cuadrados nomás, pero igual caí porque la tentación era muy grande. Sentía como que en cualquier momento me salía algo aquí o allá y quizá me iba a olvidar para siempre o quién sabe después se me acababa la suerte de principiante y no iba a ser mister, pero ni de cariño.
>> Por eso es que vine a la isla: era algo que tenía pendiente. Tal vez, más adelante, desembarcaría con todos los honores, con todos los títulos, pero ahora solo quería vivir, aunque sea un pedacito del sueño de mi infancia. Entonces cuando llegamos a esta soga, me bajé en ese muellecito de ahí, caminé un poco por el malecón, hasta que el que me trajo no me viera y me puse a llorar.
- Por fin cumplías un poquito tu sueño- Ángela alzó una botella en un gesto de brindis -.
- Y el sueño era horrible- Juntos, se rieron y sorbieron sus respectivas cervezas -.
- ¿Cómo así?
- Cuando me acerqué a la orilla, la vi llena de basura, botellas, telas, por todas partes, literal… Y el agua estaba verde, pero no verdosa, sino verde porque tenía harta alga de este tamaño -extendió los dedos- Imagínate, cuando te acercabas olía como abombado. Eso lo había visto también en Las Ninfas y Naplo, pero nunca tanto como acá. De regreso, el chico de la lancha me contó que así era por temporadas y que por eso no había gente. En serio, no había casi nadie salvo la seguridad, literal.
- Entonces lloraste de decepción.
- Al comienzo sí. Supongo que esperaba otra cosa o que siempre quise engañarme a mí mismo al pensar que la vida en la isla sería lo máximo. Un rato estuve así hasta que me senté afuera de la capilla y me puse a pensar “oye, pero qué tonto”. Lo que cuando niño yo había creído como mi última parada resultó ser un lugar tan cochino y apestoso. “¿Cambió el lugar o cambió el niño?” Cuando pensé así ya no estaba llorando tanto, pero si todavía caían lágrimas eran de alegría.
- ¿Por qué?
- Porque por fin estaba en la isla, porque había hecho lo que durante tantas tardes soñé hacer. Pero más porque me di cuenta de que mis sueños no estaban en un mapa o tenían nombre o los podía comprar en alguna tienda. Como la isla, todo eso puede ser una decepción. Pero lo que jamás se agota es esto- señaló su pecho -El sueño soy yo. No importa el lugar, no importa la plata, no importa nada. En todo momento, buscarme a mí mismo, ser yo mismo…- Zeta la miró como para averiguar si lo entendía -No sé, supongo que es difícil de explicar. Pero ese día, en esta isla, elegí mi nombre: Zeta. Varios me dijeron: “no, es muy huachafo”, pero no me importó y aquí estoy.
>> Por eso le tengo tanto cariño a este lugar, incluso en sus temporadas menos bonitas. Cuando me pasa algo bueno, vengo; cuando me pasa algo malo, también vengo. Es uno de los pocos puntos donde puedo tomar “aire fresco”, aun así, no huela tan bien a veces. Acá en las noches hay tanta calma que te puedes olvidar del mundo y pensar en cómo salir del fondo o preparar el siguiente hit. Por eso es que, cuando te vi así, pensé que te haría bien venir. No será la casa del mister, pero es un muy buen Airbnb, una buena historia y una buena compañía.
Ángela lo vio terminar su trago y luego mirarse los dedos del pie. Aquel día, cuando marcó su número, flotó por su mente el espectro del arrepentimiento. ¿La entendería? Como realmente no habían conversado mucho sobre eso, temió que sus consuelos fueran, en mayor o menor medida, un reflejo de los insultos de su padre. Ahora, navegando sin destino sobre la pequeña bahía, creía que se habría arrepentido de llamar a cualquier otra persona. Aun así, no le había comentado las razones de su tristeza, pero luego de escuchar el relato de su compañero, confiaba en que podía compartirle la experiencia. Le sorprendió que una historia tan sencilla y ajena podía hablar tanto de sí misma. Soñaban parecido y él no hacía ningún esfuerzo en hacerlo evidente.
- Sorry por el floro- le dijo mientras movía los pulgares -Seguro te perdí en la parte de la picantería.
- No me quedó claro si dijiste que tu sueño no se llamaba Ángela Ariza.
- Eso lo podemos aclarar allá arriba- su sonrisa era infinita -Pero primero, ayúdame a amarrar.
Serendipia
- No sabía que los caracoles eran hermafroditas- bostezó Zeta.
- ¿Alguna vez has pensado en ser padre? - le preguntó sin verlo.
- Sí… Todos lo piensan creo, pero para serte sincero no lo he pensado tanto.
- ¿Y qué has pensado?
- Bueno, como siempre digo, todo a su momento, ¿no? Mi mamá me tuvo a los veinte y siento que le cagué varios planes. Por eso, cada verano le pago un crucero y todavía estoy en deuda, aunque ella diga que no- El padre de Zeta había estado tan ausente en su vida que a veces Ángela se olvidaba de que su madre alguna vez lo necesitó-. No me gustaría no poder dedicarme a full a mis hijos o no estar a full para mi trabajo.
- Ese día volví a discutir con mi papá por eso- tragó saliva, porque sentía que se le iba secando la garganta.
- Ah… ¿otra vez el don? ¿Y qué fue?
- Le dije que no quería tener hijos- sus manos se enfriaban.
- ¿De verdad? - Zeta apagó el televisor - ¿Y es lo que piensas o solo lo dijiste para que deje de joder?
Ángela asintió, temiendo que su respuesta reanudara los conflictos de los que había huido. Esta vez, ni siquiera la idílica isla en la que había encontrado momentáneamente la paz podría rescatarla de la incontenible marea de la incomprensión.
-Qué interesante, ¿sabes? - dejó el control sobre la mesa de noche - Aquí entre nos, yo tampoco.
Esa noche fue la primera de muchas en las que Ángela pudo dormir tranquila. Quizá no estaba tan sola después de todo: contaba con la persona más importante. En la isla, solo había lugar para los dos y en su mente, ella lo ocupaba todo. Se había traicionado tantas veces al no confiar en sí, pero la inhibición le parecía remota y en la lucidez de un sueño pacífico, se contentó al acariciar las formas de la autodeterminación. Al día siguiente, Zeta llevó un perico con el que pensaba preparar un ceviche. “Primero hay que ver si no tiene gusanos”, decía mientras le quitaba las agallas. Toda esa idea, concluyó ella, había sido un parásito.